La carretera, de Cormac McCarthy
La tarde del martes tuvimos ocasión de comentar la inquietante novela de Cormac McCarthy, La carretera. En esta sesión se notaba que todos tenían muchas ganas de comentarla y la opinión fue unánime: es una lectura que, para bien o para mal, no deja indiferente a nadie.
Comenzamos hablando de los sentimientos contradictorios que provoca esta novela. Se trata de una historia angustiosa, con una ambientación terrible que nos sumerge en una tristeza muy honda, y, a pesar de todo, este libro tiene algo que hace que seamos incapaces de abandonar su lectura, de quedarnos sin saber qué les ocurre a los protagonistas.
Seguimos hablando sobre la gran cantidad de datos que el autor omite en su relato. Desconocemos qué ha sucedido para que la tierra se encuentre en esta situación apocalíptica, el tiempo que llevan los personajes en la situación en la que se encuentran e incluso los nombres de éstos. Todas estas incógnitas produjeron diferentes sensaciones en los lectores: a unos no les importó demasiado, puesto que su imaginación hizo su propia composición de lugar, otros, sin embargo, hubieran preferido que McCarthy completara estos vacíos.
Uno de los aspectos más discutidos fue la verosimilitud del relato. Las discrepancias surgieron principalmente al comentar detalles concretos de la narración y algunos comportamientos del padre y del hijo. El ejemplo más claro fue que para algunos resultaba poco creíble que con el hambre que sufren durante todo el trayecto y la situación tan extrema en la que están, cuando se cruzan con un perro, el padre no decida cazarlo, a pesar de los principios morales que uno pueda tener. Los que no estaban de acuerdo defendieron el papel clave del niño y su influencia en la conducta de su padre.
Y a raíz de esto también se cuestionó la tremenda bondad del pequeño. Cómo era posible que, aún habiendo crecido en un ambiente tan hostil, demostrara tener una actitud tan solidaria y compasiva. Algunos comentaban que nunca podemos predecir cuál puede ser nuestra reacción hacia todo lo que nos ocurre y nos rodea y, además, este aspecto positivo daba un carácter esperanzador a la novela.
Después hablamos sobre la relación tan especial que une a la pareja protagonista. El vínculo tan fuerte que se ha creado entre ellos queda reflejado a la perfección en esos diálogos tan parcos en palabras y tan llenos de significado, donde los silencios dicen mucho más que cualquier conversación. Esto es, sin duda, gracias al estilo tan depurado del autor. La mayoría coincidía en destacar la belleza del texto, en la habilidad de McCarthy para la descripción, sin caer en la repetición, y el uso magistral que hace de la elipsis.
Finalizamos la tertulia hablando de los elementos simbólicos que recorren toda la obra: el propio niño a ojos de su padre, el fuego que decían llevar, las referencias a los buenos y los malos,... Muchos de nosotros no terminamos de comprender el significado de todos estos aspectos. Como tampoco queda claro el final, abierto y ambiguo para la mayoría. Especial mención merece el último y maravilloso párrafo con el que se cierra la novela, calificado por algunos como de pura poesía, y que parece llevar implícito un mensaje ecologista.
En resumen, una novela tremenda, interesante, con un mensaje de lucha y esperanza constante, envuelto en un escenario desolador. Una lectura para la que no hay que buscar un buen momento, hay que zambullirse de golpe y pegarse un atracón.
Se trata de la post-apocalíptica historia de un viaje realizado por un padre y su hijo durante varios meses, a través de un paisaje totalmente arrasado. Un cataclismo sin nombre lo ha destruido todo: ciudades, paisajes, civilización y, al parecer, casi toda la vida en la tierra.
Según explicó en una entrevista que concedió a Oprah Winfrey en televisión (en 2007), McCarthy encontró la inspiración para este libro en un viaje que hizo en 2003 a El Paso (Texas) junto a su hijo pequeño. Allí imaginó lo que la ciudad podría llegar a ser en un hipotético futuro y pensó en su hijo. Tomó algunas notas iniciales, pero no volvió a la idea hasta unos años más tarde, durante un viaje a Irlanda. Entonces, la novela surgió con facilidad y se la dedicó a su hijo, John Francis McCarthy.
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